sábado, 26 de marzo de 2011

Anexo 3: La noción del sujeto.







Anexo un poco extenso del libro “la cabeza bien puesta”, del educador Edgar Morin, excelente libro antecesor de “los siete saberes necesarios para la educación del futuro".




Actuar, vivir, conservar el ser, estas tres palabras significan lo mismo. (Spinoza)



La sustancia viviente, es el ser que en verdad es sujeto. (Hegel.).



Se trata de una noción al mismo tiempo evidente y misteriosa. Es una evidencia totalmente trivial cuando alguien dice “yo”. Casi todas las lenguas tienen esta primera persona del singular. Si no tienen el pronombre, como el latín, al menos tienen el verbo en primera persona del singular. Y existe la segunda evidencia reflexiva que mostró Descartes: No puedo dudar de que dudo, por lo tanto, pienso. Si pienso, luego existo es decir existo en la primera persona como sujeto. Entonces surge el misterio: ¿que es ese “yo” y ese “soy” que no es simplemente “es”?
¿Es una apariencia secundaria o una realidad fundamental? Para toda una tradición filosófica es una realidad fundamental. Parece que sucede lo mismo cuando Moisés le pide al SER que se le aparezca con la forma de una zarza ardiente: “Pero, ¿quién eres?” la respuesta, por lo menos la de la traducción al francés es: “Soy el que soy” o “soy quien soy”. Es decir, que el Dios de Moisés es la subjetividad absoluta.



Pero, por otra parte, en cuanto intentamos considerar de manera determinista a la sociedad y al individuo, el sujeto se desvanece.



De hecho, nuestro espíritu está dividido en dos, según si mira el mundo de manera comprensiva o reflexiva, de manera científica y determinista. El sujeto aparece en la reflexión sobre uno mismo y según un modo de conocimiento intersubjetivo, de sujeto a sujeto, al que podemos denominar comprensión. Por lo contrario, se eclipsa en el conocimiento determinista, objetivista, reduccionista, sobre el hombre y la sociedad. La ciencia, de algún modo, expulsó al sujeto de las ciencias humanas en la medida en que su principio determinista y reductor se propagó en ellas. –el sujeto fue expulsado de la psicología, de la historia, de la sociología y podemos afirmar que el rasgo en común de las concepciones de Althusser, Lacan y Lévi-Strauss fue querer liquidar el sujeto humano.



Sin embargo, entre los pensadores de la época estructuralista hubo una vuelta tardía al sujeto, como en Foucault, en Barthes, pero fue una vuelta existencial, que acompañó el retorno del eros, el retorno de la literatura y no un retorno del sujeto dentro de una teoría.
Lo que quiero proponer es una definición de sujeto que no parta de la afectividad ni del sentimiento sino de una base bio-lógica.



Para esta definición hay que admitir cierta cantidad de ideas que hoy empiezan a introducirse en el campo científico. En primer término, la idea de autonomía, inseparable de la idea de auto-organización.



La autonomía de la que estoy hablando no es una libertad absoluta emancipada de toda dependencia sino una autonomía que depende de su entorno, ya sea biológico, cultural o social. De esta manera un ser vivo, para resguardar su autonomía, trabaja, gasta energía y, evidentemente, tiene que alimentarse con energía de su medio ambiente, del que depende. Nosotros, seres culturales y sociales, solo podemos ser autónomos si partimos de una dependencia original respecto de una cultura de un lenguaje de un saber. La autonomía es posible no en términos absolutos sino en términos relacionales y relativos.
En segundo término, tenemos que considerar el concepto de individuo como previo al concepto de sujeto. Ahora bien, la noción de individuo no es absolutamente fija y estable. Como ustedes saben, existieron dos tendencias contrarias en la historia del pensamiento biológico: Una para la cual la única realidad es el individuo, porque físicamente no se ven más que individuos, nunca una especie; la otra, para la cual la única realidad es la especie, ya que los individuos no son más que eslabones efímeros de la especie. Según cierta mirada, el individuo se desvanece, según otra la especie se desvanece. Estas dos visiones se niegan entre sí. Pero creo que con estos dos puntos de vista tenemos que hacer lo mismo que hizo Niels Bohr con la honda y el corpúsculo: son dos nociones aparentemente antagónicas pero que son complementarias para dar cuenta de una misma realidad.



Este es un punto de vista que nos da ánimos para buscar un vínculo complejo entre individuo y especie, y podemos aplicar el mismo razonamiento para la relación individuo/sociedad.
Desde el punto de vista biológico, el individuo es el producto de un ciclo de reproducción, pero este producto es el mismo productor en este ciclo, pues el individuo, al acoplarse a un individuo del otro sexo, produce este ciclo. Por lo tanto, somos al mismo tiempo productos y productores. Así mismo, si consideramos el fenómeno social, las interacciones entre individuos producen la sociedad, pero la sociedad con su cultura, sus normas, retroactúa sobre los individuos humanos, y los produce en tanto individuos sociales dotados de una cultura.



De esta manera, tenemos una noción bastante compleja de la autonomía, del individuo; ahora nos falta la noción de sujeto. Para llegar a esta noción de sujeto hay que pensar que toda organización biológica necesita de una dimensión cognitiva. Los genes constituyen un patrimonio hereditario de naturaleza cognitivo/informativa y este patrimonio de saber es el que programa la célula. Así mismo, esté o no dotado de un sistema neuro-cerebral, el ser vivo extrae informaciones de su entorno y ejerce una actividad cognitiva inseparable de su práctica de ser vivo. Dicho de otro modo, la dimensión cognitiva le es indispensable para la vida.



Esta dimensión cognitiva puede llamarse computacional. La computación es el tratamiento de estímulos, de datos, de signos, de símbolos, de mensajes, poco importa, que nos permite actuar y conocer tanto en el universo externo como en el interno.



Y esto es muy importante: la naturaleza de la noción de sujeto está relacionada de manera singular con su computación, desconocida por todas las computadoras artificiales que podamos fabricar. Esta computación del ser individual es una computación que cada uno hace de sí mismo, por sí mismo y para sí mismo. Es uncómputo. El cómputo es el acto por el cual el sujeto se constituye ubicándose en el centro de su mundo para analizarlo, considerarlo, llevar a cabo en el todos los actos de resguardo, protección, defensa, etc.



Por lo tanto, diría que la primera definición del sujeto sería el egocentrismo, en el sentido literal del término: ponerse en el centro de su mundo. Además, el “yo”, como se señaló con frecuencia, es el pronombre que cualquiera puede decir pero que nadie puede decir en mi lugar. El “yo” es el acto de ocupación de un sitio que se vuelve centro del mundo. Y, más allá, diría que existe un principio “informático” de identidad que puede resumirse en la fórmula: “yo soy mí”. El primer “yo” es el acto de ocupación del sitio egocéntrico; el segundo “mí” es la objetivación del ser que ocupa ese sitio. “Yo soy mí” es el principio que permite establecer la diferencia entre el “yo” (subjetivo) y el “mí” (sujeto objetivado) y, al mismo tiempo, su indisoluble identidad. Dicho de otro modo, la identidad del sujeto conlleva un principio de distinción, de diferenciación y de reunificación. Este principio, bastante complejo, es absolutamente necesario, pues permite todo análisis objetivo de uno mismo. Si una bacteria analiza sus moléculas, las analiza en tanto objetos pero, las trata como objetos que le pertenecen. Las trata desde sí misma para sí misma.



Este es un principio que por separación/reunificación del “yo” subjetivo y del “mí” objetivo permite, efectivamente, muchas operaciones. Este principio entraña la capacidad de referirse a la vez a uno mismo (auto-referencia) y al mundo externo (exo-referencia) y, por lo tanto, distinguir lo que es exterior a uno. “Auto-exo-referencia” quiere decir que puedo hacer la distinción entre el “mí” y el “no-mí”, el “yo” y el “no-yo”, así como entre el “mí” y los otros “mi”, el “yo” y los otros “yo”. Y además, nosotros, los humanos, tenemos dos niveles de subjetividad: tenemos nuestra subjetividad cerebral, mental, que es de la que voy a hablar y tenemos la subjetividad en nuestro organismo que nuestro sistema inmunológico protege. El sistema inmunológico hace una distinción entre el “uno mismo” y el “no-uno mismo”, es decir, entre las entidades moleculares que no tienen el documento de identidad singular del individuo y que son rechazadas, expulsadas, combatidas, en tanto que las que tienen el documento de identidad son aceptadas, reconocidas, protegidas. Por lo tanto, la distinción radical inmediata del “uno mismo”, del “no-uno mismo”, del ”yo” y de los “otros” distribuye al mismo tiempo los valores: lo que pertenece al “mí”, al “uno mismo”, al “yo” es valorizado y debe ser protegido, defendido, el resto es indiferente o se lo combate. Este es el primer principio de identidad del sujeto que permite la unidad subjetiva/objetiva del “yo soy mí” y la distinción entre lo exterior y lo interior.



Existe un segundo principio de identidad, inseparable, que es: el “yo” es el mismo a pesar de las modificaciones internas del “mí”-cambio de carácter, de humor- y del “uno mismo” (modificaciones físicas a causa de la edad). En efecto, el individuo se modifica somáticamente desde el nacimiento hasta la muerte. Todas sus moléculas y la mayoría de sus células son reemplazadas varias veces. Existen modificaciones extremas dentro del “yo” a las que volveré. A pesar de esto, el sujeto sigue siendo el mismo. El dice simplemente: “yo era chico”, “yo estaba enojado”, pero es siempre el mismo “yo”, en tanto, que las características exteriores o psíquicas de la individualidad de modifica. Este es, por lo tanto, el segundo principio de identidad, esta permanencia de la auto-referencia a pesar de las transformaciones y a través de las transformaciones.



Ahora vamos a llegar a un tercer y a un cuarto principios: un principio de exclusión y un principio de inclusión que están indisolublemente unidos. El principio de exclusión puede enunciarse de este modo: si cualquiera puede decir “yo” nadie lo puede decir en lugar de él. Por lo tanto el “yo” es único para cada uno. Lo vemos en el caso de los gemelos homocigotas: no hay ninguna singularidad somática que lo diferencie, son exactamente iguales genéticamente, pero no solo son dos individuos sino dos sujetos distintos. Por más que guarden entre sí una complicidad, un código común, instituciones mutuas, ninguno de los gemelos dice “yo” en lugar del otro. Este es el principio de exclusión.


El principio de inclusión es complementario y antagónico del anterior. Puedo inscribir un “nosotros” en mi “yo”, como puedo incluir mi “yo” en un “nosotros”: de esta manera puedo introducir en mi subjetividad y mis finalidades a los míos, a mis padres, a mis hijos, a mi familia, a mi patria. Puedo incluir en mi identidad subjetiva a la que (al que) amo y consagrar mi “yo” al amor de la persona amada o de la patria común. Es evidente que existe antagonismo entre inclusión y exclusión. Están, por ejemplo, las madres que sacrifican por sus hijos y que dan su vida por salvarlos y están las que los abandonan o comen a sus hijos para salvarse. Está el patriota que va a sacrificarse por su patria y el desertor que quiere salvarse. Dicho de otro modo, Todos tenemos dentro de nosotros este doble principio que puede tomar diferentes formas, diferente distribución; en otras palabras, el sujeto oscila entre el egocentrismo absoluto y la devoción absoluta.



El principio de inclusión no es menos fundamental que los demás principios. Supone, para los humanos, la posibilidad de comunicación entre los sujetos de una misma especie, de una misma cultura, de una misma lengua, de una misma sociedad.
Además, el sujeto es poseído por un “super-yo”. Tomo como imagen la de Julian Jaynes en la Naissance de la conscience dans l´e effondrement de l´esprit bicameral. Según su teoría, los individuos de los imperios de la Antigüedad tenían dos cámaras en su mente. Una cámara era la de su subjetividad personal, sus ocupaciones, su familia, sus hijos, todo lo que les concernía en tanto individuos en la esfera de lo privado. La otra cámara estaba ocupada por el poder teocrático-político, por el rey, por el impero y, cuando el poder hablaba, el individuo-sujeto estaba poseído y obedecía las ordenes de esta segunda cámara. Y, según Jaynes, la conciencia nace en el momento en que se abre una brecha entre las dos cámaras que, entonces, puede comunicarse. Entonces el individuo sujeto puede decirse: “Pero, ¿Qué es la ciudad, qué es la política?” y, eventualmente, llegar a ser ciudadano.


Aquí hay que subrayar algo muy importante: en el “yo soy mí” ya existe una duplicidad implícita: el sujeto es en su yo potencialmente otro mientras sigue siendo el mismo. El hecho de que el sujeto lleve en él mismo la alteridad es lo que permite que pueda comunicarse con los demás. El hecho de que sea el producto unitario de una dualidad (reproducción por escisión en los seres unicelulares por encuentro de dos seres de sexo diferente en la mayoría de los seres vivos) hace que lleve en sí mismo la atracción por otro ego. La comprensión permite considerar al otro no sólo como alter ego, otro individuo sujeto, sino también como alter ego, otro yo-mismo con el cual me comunico simpatizo, comulgo. El principio de comunicación, por lo tanto está incluido en el principio de identidad y se manifiesta en el principio de inclusión.



Sigue siendo, como consecuencia del principio de exclusión, una imposibilidad de comunicar lo más subjetivo en nosotros, pero gracias al principio de inclusión y gracias al lenguaje, podemos comunicar al menos, nuestra imposibilidad de comunicarnos.



Por lo tanto, podemos afirmar que la cualidad de todo individuo sujeto no podría reducirse al egoísmo y que, por el contrario, permite la comunicación y el altruismo.



Evidentemente, el sujeto también tiene un carácter existencial porque es inseparable del individuo que vive de manera incierta, aleatoria y se encuentra, desde el nacimiento y hasta la muerte en un entorno incierto, a menudo amenazador u hostil.



Ahora si puedo referirme a la idea de Mac Lean sobre el cerebro del ser humano. Este cerebro es que tri-único. Así como en la Trinidad Divina hay tres seres en uno, distintos y el mismo, de la misma manera, nosotros tenemos un cerebro de la época de los reptiles o paleocéfalo, sede de nuestras pulsiones elementales: la agresividad, el celo sexual; un cerebro mamífero con el sistema límbico, que permite el desarrollo de la afectividad, y finalmente, tenemos el córtex y, sobre todo, el neo-córtex, que desarrolló formidablemente de cerebro del homo sapiens y que es la sede de las operaciones y la racionalidad. Tenemos, por lo tanto, estas tres instancias. Lo interesante es que no existe una jerarquía estable entre los tres: la razón no dirige los sentimientos y controlas las pulsiones. Podemos tener una permutación de jerarquías y puede ser que la agresividad utilice nuestras capacidades racionales para lograr sus fines. Existe una inestabilidad extraordinaria, una jerarquía de permutación entre las tres instancias, pero lo notables es que el “yo” está ocupado por el Dr. Jekyll, tanto por Míster Hyde. En los casos de desdoblamiento de personalidad, existen dos personas totalmente diferentes que tienen escrituras diferentes, características diferentes, que, a veces, tienen enfermedades diferentes y la persona que domina es la que dice “yo”, es decir, la que ocupa el lugar de sujeto. Y agrego que lo que llamamos nuestros cambios de humor son modificaciones de la personalidad. No solo tenemos papeles sociales diferentes, sino que estamos ocupados por personalidades diferentes a lo largo de nuestra vida. Cada uno de nosotros es una sociedad de varias personalidades. Pero existe este “yo” de la subjetividad, este especie de punto fijo que está ocupado tanto por una, tanto por la otra.



Cuando uno se detiene en la concepción clásica del “yo” (“moi”) según Freud, ese “yo” nace de la dialéctica entre “ello” pulsional que viene de las profundidades biológicas y el “superyó” que, para Freud, es la autoridad paterna, pero que puede transformarse en un “superyó” más amplio, el de la patria, la sociedad. Ese “yo” se encuentra en una dialéctica incesante con el “ello” y el “superyó”. Aquí también existe un problema de ocupación. Cuando estamos poseídos por el “superyó”, seguimos diciendo “yo”, de la misma manera que decimos “yo” cuando proseguimos fines puramente egoístas. Uno dice “yo” cuando se dedica a las operaciones intelectuales más austeras y dice “yo” cuando se dedica a los juegos eróticos más desenfrenados.



En el “yo” en tanto “yo” emerge tardíamente en la experiencia de la humanidad. Como sabemos los niños hablan de ellos, primero, en tercera persona. Podemos darle valor al menos simbólico a lo que Lacan había denominado el “estadio del espejo”, momento muy importante para la constitución de la identidad del sujeto: Objetiva un “yo” (moi) que no es otros que el “yo” (je) que mira y en este estadio se realiza el vínculo entre la imagen objetiva y el ser subjetivo. En el libro L´Homme et la mort, insisti en la fuerte presencia del “doble “ en la humanidad arcaica el doble, espectro objetivo e inmaterial del propio ser, lo acompaña sin cesar, y se lo reconoce en la sombra, en el reflejo. El doble se pasea en los sueños mientras el cuerpo esta inmóvil. Por lo tanto, este doble es una experiencia de vida cotidiana antes de ser el ghost (fantasma) que se liberará en el momento de la muerte, cuando el cuerpo se descomponga. El doble es un modo reificado de la experiencia del “yo soy yo” en el que “yo” (moi) primero toma la forma justamente, de ese gemelo real pero inmaterial. Ese doble se interiorizará; en las sociedades históricas dará lugar al nacimiento del alma que , por otra parte, con frecuencia está vinculada con el soplo vital, como en los griegos y en los hebreos. El “alma” y el “espíritu” son maneras de nombrar, de representar, la interioridad subjetiva con términos que designan una realidad objetiva específica. Podemos decir que alguien “no tiene alma” y comprendemos qué queremos decir. Por lo tanto, tenemos diferentes maneras de nombrar esta realidad subjetiva que, para nosotros, no esta estrictamente limitada al “yo” y al “mí” si no que, justamente, en esta dialéctica entre el “yo” y el “mí” toma forma de alma y de espíritu y resurge con lo que llamamos la “conciencia”.



Y, en este caso, la definición de sujeto que les propongo es totalmente diferente de la que define al sujeto por la conciencia. La conciencia, en mi concepción, es la emergencia última de la cualidad de sujeto. Es una emergencia reflexiva que permite el retorno en forma de bucle del espíritu sobre sí mismo. La conciencia es la cualidad humana última y, sin dudas, la más apreciada, ya que es última y, al mismo tiempo, es de lo mejor y de lo más frágil. Y, efectivamente, la conciencia es extremadamente frágil y, en su fragilidad, puede, con frecuencia, equivocarse.



Por supuesto que la afectividad también está estrechamente ligada a la subjetividad. La afectividad se desarrolla en los mamíferos de los que heredamos la extremada inestabilidad: los monos, por ejemplo, tiene cambios de humor muy violentos, pasan de la ira a la tranquilidad, etc. Nosotros somos herederos de la afectividad de lao mamíferos y la hemos desarrollado. Por consiguiente, la afectividad esta humanamente ligada a la idea de sujeto, pero no es la cualidad original. Sin embargo se cree- a falta de una teoría biológica del sujeto- que la subjetividad es un componente afectivo que hay que expulsar si se quiere llegar a un conocimiento correcto. Pero la subjetividad humana no se reduce ni a la afectividad ni a la conciencia.



Ahora tenemos que examinar el vínculo entre la idea de sujeto y la idea de libertad. La libertad supone, al mismo tiempo, la capacidad cerebral o intelectual para concebir y realizar elecciones y la posibilidad de llevar a cabo estas elecciones dentro del medio externo. Por supuesto que existen casos en los que unos pueden perder la libertad externa, estar en una prisión, pero mantener su libertad intelectual.



El sujeto puede eventualmente, disponer de libertad y ejercer libertades, pero hay toda una parte del sujeto que es, no solo dependiente, si no que esta esclavizada. Y, además, no sabemos realmente cuando somos libres.



Entonces, habría un primer principio de incertidumbre que sería el siguiente: yo hablo, pero cuando hablo, ¿Quién habla? ¿soy “yo” quien habla realmente? ¿ A través de mi “yo”, hay un “nosotros” que habla (la colectividad calidad, el grupo, la patria, el partido al que pertenezco)?, ¿hay un “se” que habla (la colectividad fría, la organización social, la organización cultural que me dicta mi pensamiento sin que yo lo sepa, a través de sus paradigmas, sus principios de control del discurso que soporto inconscientemente)? , o ¿un “eso”, una maquinaría anónima infrapersonal, habla dándome la ilusión de que soy yo mismo quien habla? No sabemos hasta qué punto “yo” hablo, hasta qué punto “yo” hago un discurso personal y autónomo o hasta que punto, bajo la apariencia de que yo creo ser personal y autónomo, no hago otra cosa que repetir ideas impresas en mí.



Contrariamente a los dos dogmas que se oponen, uno para el cual el sujeto no es nada, otro para el cual el sujeto es todo, el sujeto oscila entre el todo y la nada. Soy todo para mí, no soy nada para el Universo. El principio de egocentrismo es el principio por el cual yo soy todo, pero dado que el mundo se va a desintegrar cuando me muera, a causa de esta misma mortalidad, no soy nada. El “yo” es un privilegio inusitado y, al mismo tiempo lo más banal, porque todo el mundo puede decir “yo”. De la misma manera, existe oscilación del sujeto entre el egoísmo y el altruismo. En el egoísmo yo soy todo y los otros no son nada pero en el altruismo me doy, me consagro, soy totalmente secundario para aquellos a los que me entrego. El individuo sujeto rechaza la muerte que lo engloba pero, sin embargo, es capaz de ofrecer su vida por sus ideas, por la patria o por la humanidad. Esta es la complejidad de la noción de sujeto.


Una gran parte, la parte más importante, la más rica, la más ardiente de la vida social, se origina en las relaciones intersubjetivas. Incluso hay que decir que el carácter intersubjetivo de las interacciones dentro de la sociedad, que teje la vida misma de esta sociedad, es capital. Para conocer lo humano, individual, inter-indi-vidual y social, hay que vincular explicación y compresión. El sociólogo no es puro espíritu objetivo, forma parte del tejido intersubjetivo, al mismo tiempo, hay que reconocer que todo sujeto es potencialmente, no solo actor sino autor, capaz de cognición/elecciones/decisiones. La sociedad no está entregada solamente, ni principalmente, a determinismos materiales, es un juego de enfrentamiento/cooperación entre individuos sujetos, entre “nosotros” y “yos”.


En conclusión, el sujeto no es una esencia, no es una sustancia, si no una ilusión creo que el reconocimiento del sujeto precisa de una reorganización conceptual que rompa con el principio determinista clásico tal como se le utiliza todavía en las ciencias humanas y, especialmente, en las sociológicas. Es evidente que en el marco de una psicología conductista es imposible concebir un sujeto. Por lo tanto, es necesaria una reconstrucción, son necesarias la nociones de autonomía/dependencia, la noción de individualidad, la noción de auto-producción, la concepción de un bucle recursivo en la que somos al mismo tiempo, el producto y el productor. También tenemos que asociar las nociones antagónicas como el principio de inclusión y el principio de exclusión. Tenemos que concebir al sujeto como lo que le proporciona unidad e invariancia a una pluralidad de personajes, de caracteres, de potencialidades. Y por esto si estamos bajo el paradigma científico que prevalece en el mundo científico, el sujeto es invisible y se niega su existencia. A la inversa, en el mundo filosófico, el sujeto se vuelve trascendental, escapa a la experiencia, pertenece al puro espíritu y no podemos concebir al sujeto en sus dependencias, en sus debilidades, en sus incertidumbres. Es uno y en otro caso no podemos pensar sus ambivalencias, sus contradicciones, su simultáneo carácter central e insuficiente, su sentido y su insignificancia, su carácter de todo y de nada a la vez. Necesitamos por lo tanto, una concepción compleja del sujeto.