miércoles, 14 de octubre de 2009

Las bestias de Poe


Saludos de nuevo querido lector, si esque se encuentra ahí, le pido una disculpa por mi ausencia; han sucedido algunos acontecimientos que me han suspendido en el escribir por este medio, sin embargo, espero volver activo.


Le comparto un escrito, el pasado 2 de septiembre de 2009, hubo un concurso celebrado por la casa de cultura CRIPIL noreste, en el cual se celebró los doscientos años del nacimiento de Edgar Allan Poe y lo celebraron con este concurso, el cual consitió en redactar un pequeño minicuento (microcuento mas bien) al estilo suspense y/o terror; desafortunadamente no gané, sin embargo lo comparto y si alguien tiene los minicuentos de los ganadores, estaría excelente que fuesen compartidos.




La bestia de Poe


Despierto, son las 6:50. Un poco desconcertado, volteo a ver alrededor de la habitación. Es la misma habitación en la que he despertado desde hace más de 20 años. De pronto, todo viene a mi mente: quien soy, quien he sido durante todo este tiempo, como si mientras durmiera fuera nadie; los sueños se traslapan sin sentido, sin hilvanar.
Mi primer recuerdo es de anoche; en mi sesión de natación. Recuerdo ese momento después de haber nadado tanto, que mi respiración provocaba un dolor incisivo y puntual en la parte baja derecha del abdomen. Pero a pesar de eso, faltaba mucho por nadar. Con certeza el entrenador indicó lo que proseguía. Sus palabras viajaron a través del aire hasta mis oídos, retumbando hasta gritar a mi cerebro; pasando por el tambor y todos los demás adminículos que obtienen la escucha. Cuando comprendí qué proseguía me inundé de temor, el temor de volver al mismo estertor que había padecido unos minutos antes. Mi mente se paseó por un hermoso e idílico sueño, una visión: ¿Para qué seguir haciendo esta estúpida rutina? ¿Por qué darle poder a alguien sólo por su cantaleta entonada en voz alta? ¿Por qué retribuir a alguien para lograr cansarme? En eso, mi cuerpo se abalanzó fuera de la piscina. Recogí mi toalla del pasamanos y me dirigí a la ducha. En realidad, mi cuerpo obedeció como un esclavo, preparándose para la próxima ronda de nado combinado.
Después de ese recuerdo, volví a mi habitación. Sentí una agobiante soledad. Sentí que estaba sólo, como si fuese el último individuo del mundo. Como si saliera y no fuera a encontrar persona alguna en las calles o las casas; sin familiares ni conocidos: absolutamente nadie. Es un momento terrible. Mi piel se comenzó a enchinar. Me paralicé completamente. En eso recordé poco más del día anterior.
Se había llegado el tiempo, el contrato había vencido. De nuevo este día, no tengo algo que hacer ni orden que obedecer. ¡Suena tan liberador y al mismo tiempo tan atemorizante que me siento patético! ¿Cómo puede atemorizarme la libertad? ¿Por qué siento tanto miedo a no tener que estar en un sitio a una hora determinada? En fin, me dispongo a levantarme cuando ya ha pasado algún tiempo. Un día más para vivir, un día menos de esperar a la muerte; ojalá suceda algo interesante mientras llega ese momento.