martes, 17 de marzo de 2009

La mano levantada.




“Cuando levanto la mano, hay Zen. Más cuando afirmo que levanté la mano, allí no hay mas Zen.” (D.T. Suzuki).

Hacer lo que hago. Sentirlo, experimentarlo, vivirlo. Tener la atención puesta en la acción del momento, en el caminar, en el hablar, en el levantar la mano. Eso es realidad, totalidad, integridad. Eso es estar plenamente donde estoy, y hacer plenamente lo que hago. Eso es Zen. Desde el momento en que empiezo a hablar de ello, dejar de ser Zen. La palabra interrumpe la acción. El pensamiento estorba la espontaneidad. La reflexión enturbia la experiencia. Se pierde la pureza del momento en el retroceso del examinar. Se pierde la vida. No es que no haya que pensar o no haya que decir cosas. Todo tiene su tiempo. También el decir lo que digo es parte del hacer lo que hago. Actividad legítima en su momento, como cada una lo es en el suyo. Lo importante es no invadir la inmediatez de la acción con la intrusión del discurso. No emborronar lo hecho con el informe sobre los hechos. No enterrar la vida bajo el peso de los estudios sobre la vida. Una mano levantada es una llamada de atención. Habla por si sola. No hay que explicarla, describirla, demostrarla. No hay que levantar otra mano para señalar la que ya está levantada. Todo eso es superfluo. Todo eso distrae en vez de concentrar, confunde en vez de aclarar. La mano habla por sí sola. Dejemosla hablar con la concentración atenta del gesto consciente. Sepamos vivir movimiento a movimiento, momento a momento. Eso es la vida.