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lunes, 24 de noviembre de 2014

La leyenda del hilo negro



El hilo rojo es una creencia tradicional en Asia Oriental, presente en la mitología china y en la japonesa, entre otras. Cuenta que entre dos o más personas que están destinadas a tener un lazo afectivo existe un «hilo rojo», que viene con ellas desde su nacimiento. El hilo existe independientemente del momento de sus vidas en el que las personas vayan a conocerse y no puede romperse en ningún caso, aunque a veces pueda estar más o menos tenso, pero es, siempre, una muestra del vínculo que existe entre ellas.

El texto literal viene a decir: «Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper».
Entre la comunidad de padres y madres adoptantes en Japón, esta leyenda supone una metáfora recursiva, ya que supone que la vinculación entre el hijo adoptado y los padres ya está realizada de antemano por este «hilo rojo» y favorece la fortaleza en la larga espera que hay que realizar, en la mayoría de los casos.
En estas comunidades, es normal la utilización contextual de frases como «estamos tirando fuerte del hilo rojo», o «tendiendo puentes con hilos rojos» lo que convierte a la leyenda en una parte más de la jerga de utilización habitual.
Una de las leyendas sobre este hilo rojo cuenta que un anciano que vive en la luna, sale cada noche y busca entre las almas aquellas que están predestinadas a unirse en la tierra, y cuando las encuentra las ata con un hilo rojo para que no se pierdan.
Pero la leyenda más popular y la que se recita en casi todos los hogares japoneses a los niños y jóvenes es ésta:

Hace mucho tiempo, un emperador se enteró de que en una de las provincias de su reino vivía una bruja muy poderosa, quien tenía la capacidad de poder ver el hilo rojo del destino y la mandó traer ante su presencia. Cuando la bruja llegó, el emperador le ordenó que buscara el otro extremo del hilo que llevaba atado al meñique y lo llevara ante la que sería su esposa. La bruja accedió a esta petición y comenzó a seguir y seguir el hilo. Esta búsqueda los llevó hasta un mercado, en donde una pobre campesina con una bebé en los brazos ofrecía sus productos. Al llegar hasta donde estaba esta campesina, se detuvo frente a ella y la invitó a ponerse de pie. Hizo que el joven emperador se acercara y le dijo : «Aquí termina tu hilo», pero al escuchar esto el emperador enfureció, creyendo que era una burla de la bruja, empujó a la campesina que aún llevaba a su pequeña bebé en brazos y la hizo caer, haciendo que la bebé se hiciera una gran herida en la frente, ordenó a sus guardias que detuvieran a la bruja y le cortaran la cabeza. Muchos años después, llegó el momento en que este emperador debía casarse y su corte le recomendó que lo mejor era que desposara a la hija de un general muy poderoso. Aceptó y llegó el día de la boda. Y en el momento de ver por primera vez la cara de su esposa, la cual entró al templo con un hermoso vestido y un velo que la cubría totalmente… Al levantárselo, vio que ese hermoso rostro tenía una cicatriz muy peculiar en la frente.

sábado, 31 de diciembre de 2011

El soldado y la muerte

Serie de Jim Henson (creador de los muppets) de 23 min. de duracion. El soldado y la muerte es un imperdible cuento popular ruso. Excelente, para todas las edades. Esta en castellano.



Link a google video: http://video.google.com/videoplay?docid=-2878459867580700476#

Gracias Grethel :P

sábado, 13 de agosto de 2011

Cartas a mi mujer sobre la pornografia



Libro publicado por primer vez en 1972, dl doctor Fernando Ftizmaurice de editorail Posada, S.A. donde aborda el escabroso tema de la pornografía (aún a la fecha) y su contexto político-social, a través de cartas que el escribe a su mujer sobre su viaje a Suecia en los setentas. Transcribí un pequeño capítulo...

...Noviembre 16,1971
Hamburgo, Alemania Oriental.




...Según sostiene, la Biblia y los primeros padres de la Iglesia, hablaron de un sinnúmero de cosas y mantuvieron un gran número de posiciones diferentes. En ellos puede encontrarse casi cualquier cosa y cualquier posición, por supuesto si se sabe buscar. Y tanto da que se trate de un escrito a favor la homosexualidad, como de uno favoreciendo al incesto. Todo esto puede encontrarse en alguno de los escritos de los primeros padres de la Iglesia o, incluso en la propia Biblia.


Según Jos el caso es que a partir del siglo XVI hubo una serie de razones económicas y mercantiles que empezaron a cambiar el panorama que había hasta entonces. Y sobre todo el panorama moral. Al parecer al principio de ese siglo todavía existían creencias morales distintas, que se consideraba moralmente aceptable para los nobles, no era lo mismo que creían los campesinos ni, tampoco, lo que creían los burgueses, o sea los comerciantes de las ciudades –que en aquel entonces eran también industriales en muy modesta escala.


Entre los nobles se consideraba que la mujer debía llegar virgen al matrimonio, per una vez casada, a menos que quisiera su marido, no se creía que tuviera la obligación, ni de serle fiel, ni de hacer vida conyugal con él. En muchos casos, sobre todo cuando se trataba de la alta nobleza, la obligación de fidelidad llegaba hasta el primer hijo, pero una vez que había tenido descendencia, sus obligaciones conyugales terminaban –a menos, como te digo, de que estuviera enamorada de su marido. Los hombres de la nobleza, por su parte, no debían permanecer vírgenes y una vez que llegaban a la adolescencia, se esperaba de ellos que tuvieran no uno, sino cuantos romances les fuera posible. Para ellos estaban las campesinas y las burguesas y también, por qué no, las mujeres de la nobleza que habían ya cumplido con sus deberes conyugales.


No estoy diciéndote, al hacerte este relato, que crea yo que tal forma de vida estuviera bien sino, exclusivamente, relatándote lo que creían los hombres y mujeres de la nobleza a principios del siglo XVI. Así, por ejemplo, se creía que era imperativo que un hombre de la alta nobleza, una vez que había tenido descendencia con su mujer legítima, tuviera alguna o varias amantes a las que mantenía con largueza. Se sabe de reyes que siguieron la costumbre y que tuvieron amantes tanto o más poderosas que la propia reina.


Frente a estas creencias morales estaban las que imperaban entre los campesinos y entre los burgueses. Entre los primeros había una costumbre que todavía sigue en muchas zonas fundamentalmente rurales. No se creía, entre ellos, que la mujer debía llegar virgen al matrimonio, sino incluso lo contrario: lo ideal era que llegase embarazada. Esta creencia es muy fácil de explicar: entre los campesinos una mujer fecunda es muy valiosa, ya que, entre otras cosas, va a dar hijos que servirán para cultivar y trabajar los campos. Una mujer estéril, en cambio, es una carga que representa un gasto incosteable. La costumbre, así pues, era que las muchachas campesinas tuvieran relaciones con sus novios antes del matrimonio y que éste llegara a consumarse sólo cuando la chica estaba embarazada. De esta manera se sabía, desde antes, que se tratada de una mujer fecunda, que no constituiría una carga para el marido.

Entre los campesinos, por otra parte, no había ninguna vergüenza ni ningún temor a la desnudez. Jos citó numerosos ejemplos de obras en las que se habla de cómo algún caballero se encuentra a una muchacha campesina bañándose desnuda en un río, o de cómo hablaban de su cuerpo con una tranquilidad que hoy hemos perdido. Sergio recordó varios cuadros y dibujos de los siglos XV y XVI, entre los cuales los de Durero quizá sean más reconocidos, que representan a muchachas bañándose desnudas con toda tranquilidad o que han sido representadas en el momento de vestirse. Jos, señaló también, que había muchas estampas en las que se veía, en la plaza pública, a hombres y mujeres acariciándose a la vista de todo mundo –y por supuesto de los niños.


Este asunto es interesante, ya que nos informa sobre el origen de la pornografía: al parecer hasta el siglo XVI no se vinculó la desnudez con el sentido erótico. Así la amante de Voltaire –según dijo Jos- se bañaba desnuda con toda tranquilidad en presencia de su criado. Para ella, dada la división de las clases sociales, el criado que le llevaba el agua no era un hombre, era solo un sirviente. Para él sucedía más o menos lo mismo: era una mujer que estaba fuera de su mundo que no podía verla como una mujer. Lo importante es que en ese entonces nadie hubiera dicho que un desnudo era pornográfico, ya que la desnudez tenía un sentido no sexual. No es sino hasta principios del siglo XVII que la desnudez, sobre todo la femenina, empieza a tener un carácter erótico. Esta tendencia va aumentándose y haciéndose cada vez más rígida, hasta que en el siglo XIX y principios del XX -¿recuerdas las ropas de playa que tenían que usar las mujeres a principios de siglo?- estaba literalmente prohibido que un joven o una muchacha se vieran desnudos a si mismos. En los colegios franceses para señoritas, de 1850 hasta antes de la segunda guerra mundial, se las obligaba a que se pusieran sus ropas de noche con tal arte que no llegaran a estar desnudas jamás: tenían que aprender una curiosa forma de contorsionismo para ir poniéndose las ropas de dormir por debajo de las que llevaban puestas durante el día.


Pero con esto ya me desvié del tema más importante. Te decía que a principios del siglo XV había varias “morales”. Según Jos esto mismo ocurrió en todas las épocas anteriores. A mediados del siglo XVI, sin embargo, empezaron a tener lugar algunos cambios importantes. De todos ellos el más decisivo fue el de que los burgueses empezaron a enriquecerse cada vez más. El comercio, a la larga, resultó ser un negocio mucho más fructífero que la agricultura o la minería. Y al enriquecerse empezaron a comprar tierras y, con el tiempo, a crear industrias y fábricas. Este poder económico acabó por traducirse en poder político: la Revolución Francesa de 1789, o sea dos siglos y medio después de que la burguesía empezó a ascender, represento su más acabado triunfo político: le quitaron el poder a la nobleza.


Los cambios políticos y económicos, según nos dijo Jos, trajeron también cambios morales. La burguesía empezó lentamente a imponerle a las otras clases sociales sus conceptos morales –conceptos que, en general, son los que hoy integran lo que se llama “buena moral!. Las mujeres eran consideradas como una “propiedad” más del burgués y querían, como ahora lo pedimos de un coche nuevo, que nadie las hubiera tocado. La virginidad, la castidad y una dote jugosa eran características imprescindibles para que una muchacha lograra contraer matrimonio. Su papel en el hogar, a diferencia de lo que sucedía en otras clases sociales, era un papel pasivo, ya que no era un objeto de lujo –como las mujeres de los nobles- ni tampoco parte de un proceso productivo –como las mujeres campesinas. Su papel, aunque sea brutal ponerlo de esta manera, se redujo al de una criada con numerosas obligaciones y casi ningún derecho: el marido era la única y exclusiva fuente de ingresos. Era él, jamás ella, quién tenía que conseguir dinero y mantener a la mujer en casa. Era él, en la casa, la única fuente de poder: la mujer tenía que plegarse a sus deseos, aprender a ser mansa, obediente, sumisa, abnegada. Tenía que ser educada para un negocio: el matrimonio, y aprender que una vez que lo había hecho tenía que conformarse con lo que hubiera obtenido. Si el marido era flojo, o mujeriego o parrandero, era algo que la mujer tenía que aprender a aceptar. Eso era lo que le había tocado.

Concebir al matrimonio como un negocio implica concebir a los seres humanos como cosas, como bienes de cambio. Un hombre, por supuesto, era más valioso mientras más rico. Una mujer era más valiosa mientras mas bonita, más sumisa y estaba mejor amaestrada a aceptar su papel de sierva. En este terreno, y dada esta concepción, su virginidad era parte de su capital; era algo que debía conservar intocado si quería contraer matrimonio. Era casi su seguro de vida.
Esta moral brutal y utilitaria fue ganando terreno a la vez que la burguesía fue imponiéndose a las demás clases sociales. A mediados del siglo XVIII era ya la única moral aceptable. A lo largo del siglo XIX tomó carta de naturaleza en todos los órdenes de la vida social. Cuando en alguna región campesina se seguían practicando las costumbres de antaño, se los llamaba salvajes y primitivos. Los educadores y moralistas estaban convencidos que esa era la única moral aceptable y que quien careciera de ella “vivía como una animal”.

La Iglesia Católica, siempre aliada al más fuerte, pronto hizo eco a todas las pretensiones moralizantes de la burguesía. Y no solo las suscribió, sino que empezó a hurgar entre sus vastos archivos y exhumó aquellos documentos que mostraban que esa era la moral que siempre había bendecido. La moral burguesa pronto se convirtió en la moral de la iglesia y atacar esa moral fue tanto como atacar a la propia iglesia.


Han habido muchos historiadores, nos decía Jos, que creyeron en el cuento y, así, suelen atribuirle a la Iglesia Católica la mayor parte de las ideas morales que reinan hoy en día. El verdadero origen, sin embargo, ha de verse en el triunfo económico y político de la burguesía. Y lo curioso es que la propia burguesía, en su desarrollo económico, ha terminado por dar origen a una moral distinta.

Las mujeres no formaban parte del proceso productivo. Eran, por así decirlo, seres humanos de segunda. Al iniciarse el proceso industrial y requerirse mano de obra barata ¿qué mejor que la de la mujer? Era posible pagarle poco y mantenerla, como aún sucede hoy en día, en posiciones menores. Todavía hoy, a pesar de que estamos a doscientos cincuenta años de haberse iniciado la revolución industrial, las mujeres –quizá con excepción de las estrellas de cine- solo efectúan tareas para las que hace falta muy poco talento y una casi nula preparación: son meseras, vendedoras y secretarias. Su tarea principal todavía consiste, por desgracia, en traerle el café al jefe.

Pero aunque ganen bien poco y, en lo general se las explote, son ya dueñas de un ingreso y , en algunos casos, son totalmente independientes. Pueden mantenerse a sí mismas y este hecho las está obligando a darse cuenta que en ningún sentido son seres inferiores, la mujer que trabaja no está ya dispuesta simplemente a ser la sirvienta de su marido. Quiere, y con toda razón, vivit con él en plan de igualdad, participando en los problemas, en el esfuerzo y en las decisiones.
Este cambio, resultado de la participación de la mujer en el desarrollo económico, ha hecho que los valores tradicionales “de cambio” se alteren. Claro que sigue “valiendo” más una mujer guapa, y muchos hombres todavía no están dispuestos al matrimonio a menos de que sea con una mujer virgen, pero las ideas tradicionales de sumisión, respeto irrestricto al marido como si fuera rey, y el permitir que las traten como sirvientas, son cosas que ya no aceptan.

La lucha de la mujer por su liberación tiene todavía mucho camino que recorrer -nos dijo Jos-, y aun le faltan, por desgracia, muchos sufrimientos que vivir. Lo importante es advertir, desde ahora, que el proceso es ya irreversible: la mujer ha decidido transformarse en un ser humano pleno. Este proceso no puede ya cambiarse. No podrá detenerse ni siquiera impidiendo que la mujer trabajara. Ya hemos dado demasiado pasos en este camino y ahora tendremos que recorrerlo hasta el final.


¿Qué saldrá de esto? No lo sé…


sábado, 26 de marzo de 2011

Anexo 3: La noción del sujeto.







Anexo un poco extenso del libro “la cabeza bien puesta”, del educador Edgar Morin, excelente libro antecesor de “los siete saberes necesarios para la educación del futuro".




Actuar, vivir, conservar el ser, estas tres palabras significan lo mismo. (Spinoza)



La sustancia viviente, es el ser que en verdad es sujeto. (Hegel.).



Se trata de una noción al mismo tiempo evidente y misteriosa. Es una evidencia totalmente trivial cuando alguien dice “yo”. Casi todas las lenguas tienen esta primera persona del singular. Si no tienen el pronombre, como el latín, al menos tienen el verbo en primera persona del singular. Y existe la segunda evidencia reflexiva que mostró Descartes: No puedo dudar de que dudo, por lo tanto, pienso. Si pienso, luego existo es decir existo en la primera persona como sujeto. Entonces surge el misterio: ¿que es ese “yo” y ese “soy” que no es simplemente “es”?
¿Es una apariencia secundaria o una realidad fundamental? Para toda una tradición filosófica es una realidad fundamental. Parece que sucede lo mismo cuando Moisés le pide al SER que se le aparezca con la forma de una zarza ardiente: “Pero, ¿quién eres?” la respuesta, por lo menos la de la traducción al francés es: “Soy el que soy” o “soy quien soy”. Es decir, que el Dios de Moisés es la subjetividad absoluta.



Pero, por otra parte, en cuanto intentamos considerar de manera determinista a la sociedad y al individuo, el sujeto se desvanece.



De hecho, nuestro espíritu está dividido en dos, según si mira el mundo de manera comprensiva o reflexiva, de manera científica y determinista. El sujeto aparece en la reflexión sobre uno mismo y según un modo de conocimiento intersubjetivo, de sujeto a sujeto, al que podemos denominar comprensión. Por lo contrario, se eclipsa en el conocimiento determinista, objetivista, reduccionista, sobre el hombre y la sociedad. La ciencia, de algún modo, expulsó al sujeto de las ciencias humanas en la medida en que su principio determinista y reductor se propagó en ellas. –el sujeto fue expulsado de la psicología, de la historia, de la sociología y podemos afirmar que el rasgo en común de las concepciones de Althusser, Lacan y Lévi-Strauss fue querer liquidar el sujeto humano.



Sin embargo, entre los pensadores de la época estructuralista hubo una vuelta tardía al sujeto, como en Foucault, en Barthes, pero fue una vuelta existencial, que acompañó el retorno del eros, el retorno de la literatura y no un retorno del sujeto dentro de una teoría.
Lo que quiero proponer es una definición de sujeto que no parta de la afectividad ni del sentimiento sino de una base bio-lógica.



Para esta definición hay que admitir cierta cantidad de ideas que hoy empiezan a introducirse en el campo científico. En primer término, la idea de autonomía, inseparable de la idea de auto-organización.



La autonomía de la que estoy hablando no es una libertad absoluta emancipada de toda dependencia sino una autonomía que depende de su entorno, ya sea biológico, cultural o social. De esta manera un ser vivo, para resguardar su autonomía, trabaja, gasta energía y, evidentemente, tiene que alimentarse con energía de su medio ambiente, del que depende. Nosotros, seres culturales y sociales, solo podemos ser autónomos si partimos de una dependencia original respecto de una cultura de un lenguaje de un saber. La autonomía es posible no en términos absolutos sino en términos relacionales y relativos.
En segundo término, tenemos que considerar el concepto de individuo como previo al concepto de sujeto. Ahora bien, la noción de individuo no es absolutamente fija y estable. Como ustedes saben, existieron dos tendencias contrarias en la historia del pensamiento biológico: Una para la cual la única realidad es el individuo, porque físicamente no se ven más que individuos, nunca una especie; la otra, para la cual la única realidad es la especie, ya que los individuos no son más que eslabones efímeros de la especie. Según cierta mirada, el individuo se desvanece, según otra la especie se desvanece. Estas dos visiones se niegan entre sí. Pero creo que con estos dos puntos de vista tenemos que hacer lo mismo que hizo Niels Bohr con la honda y el corpúsculo: son dos nociones aparentemente antagónicas pero que son complementarias para dar cuenta de una misma realidad.



Este es un punto de vista que nos da ánimos para buscar un vínculo complejo entre individuo y especie, y podemos aplicar el mismo razonamiento para la relación individuo/sociedad.
Desde el punto de vista biológico, el individuo es el producto de un ciclo de reproducción, pero este producto es el mismo productor en este ciclo, pues el individuo, al acoplarse a un individuo del otro sexo, produce este ciclo. Por lo tanto, somos al mismo tiempo productos y productores. Así mismo, si consideramos el fenómeno social, las interacciones entre individuos producen la sociedad, pero la sociedad con su cultura, sus normas, retroactúa sobre los individuos humanos, y los produce en tanto individuos sociales dotados de una cultura.



De esta manera, tenemos una noción bastante compleja de la autonomía, del individuo; ahora nos falta la noción de sujeto. Para llegar a esta noción de sujeto hay que pensar que toda organización biológica necesita de una dimensión cognitiva. Los genes constituyen un patrimonio hereditario de naturaleza cognitivo/informativa y este patrimonio de saber es el que programa la célula. Así mismo, esté o no dotado de un sistema neuro-cerebral, el ser vivo extrae informaciones de su entorno y ejerce una actividad cognitiva inseparable de su práctica de ser vivo. Dicho de otro modo, la dimensión cognitiva le es indispensable para la vida.



Esta dimensión cognitiva puede llamarse computacional. La computación es el tratamiento de estímulos, de datos, de signos, de símbolos, de mensajes, poco importa, que nos permite actuar y conocer tanto en el universo externo como en el interno.



Y esto es muy importante: la naturaleza de la noción de sujeto está relacionada de manera singular con su computación, desconocida por todas las computadoras artificiales que podamos fabricar. Esta computación del ser individual es una computación que cada uno hace de sí mismo, por sí mismo y para sí mismo. Es uncómputo. El cómputo es el acto por el cual el sujeto se constituye ubicándose en el centro de su mundo para analizarlo, considerarlo, llevar a cabo en el todos los actos de resguardo, protección, defensa, etc.



Por lo tanto, diría que la primera definición del sujeto sería el egocentrismo, en el sentido literal del término: ponerse en el centro de su mundo. Además, el “yo”, como se señaló con frecuencia, es el pronombre que cualquiera puede decir pero que nadie puede decir en mi lugar. El “yo” es el acto de ocupación de un sitio que se vuelve centro del mundo. Y, más allá, diría que existe un principio “informático” de identidad que puede resumirse en la fórmula: “yo soy mí”. El primer “yo” es el acto de ocupación del sitio egocéntrico; el segundo “mí” es la objetivación del ser que ocupa ese sitio. “Yo soy mí” es el principio que permite establecer la diferencia entre el “yo” (subjetivo) y el “mí” (sujeto objetivado) y, al mismo tiempo, su indisoluble identidad. Dicho de otro modo, la identidad del sujeto conlleva un principio de distinción, de diferenciación y de reunificación. Este principio, bastante complejo, es absolutamente necesario, pues permite todo análisis objetivo de uno mismo. Si una bacteria analiza sus moléculas, las analiza en tanto objetos pero, las trata como objetos que le pertenecen. Las trata desde sí misma para sí misma.



Este es un principio que por separación/reunificación del “yo” subjetivo y del “mí” objetivo permite, efectivamente, muchas operaciones. Este principio entraña la capacidad de referirse a la vez a uno mismo (auto-referencia) y al mundo externo (exo-referencia) y, por lo tanto, distinguir lo que es exterior a uno. “Auto-exo-referencia” quiere decir que puedo hacer la distinción entre el “mí” y el “no-mí”, el “yo” y el “no-yo”, así como entre el “mí” y los otros “mi”, el “yo” y los otros “yo”. Y además, nosotros, los humanos, tenemos dos niveles de subjetividad: tenemos nuestra subjetividad cerebral, mental, que es de la que voy a hablar y tenemos la subjetividad en nuestro organismo que nuestro sistema inmunológico protege. El sistema inmunológico hace una distinción entre el “uno mismo” y el “no-uno mismo”, es decir, entre las entidades moleculares que no tienen el documento de identidad singular del individuo y que son rechazadas, expulsadas, combatidas, en tanto que las que tienen el documento de identidad son aceptadas, reconocidas, protegidas. Por lo tanto, la distinción radical inmediata del “uno mismo”, del “no-uno mismo”, del ”yo” y de los “otros” distribuye al mismo tiempo los valores: lo que pertenece al “mí”, al “uno mismo”, al “yo” es valorizado y debe ser protegido, defendido, el resto es indiferente o se lo combate. Este es el primer principio de identidad del sujeto que permite la unidad subjetiva/objetiva del “yo soy mí” y la distinción entre lo exterior y lo interior.



Existe un segundo principio de identidad, inseparable, que es: el “yo” es el mismo a pesar de las modificaciones internas del “mí”-cambio de carácter, de humor- y del “uno mismo” (modificaciones físicas a causa de la edad). En efecto, el individuo se modifica somáticamente desde el nacimiento hasta la muerte. Todas sus moléculas y la mayoría de sus células son reemplazadas varias veces. Existen modificaciones extremas dentro del “yo” a las que volveré. A pesar de esto, el sujeto sigue siendo el mismo. El dice simplemente: “yo era chico”, “yo estaba enojado”, pero es siempre el mismo “yo”, en tanto, que las características exteriores o psíquicas de la individualidad de modifica. Este es, por lo tanto, el segundo principio de identidad, esta permanencia de la auto-referencia a pesar de las transformaciones y a través de las transformaciones.



Ahora vamos a llegar a un tercer y a un cuarto principios: un principio de exclusión y un principio de inclusión que están indisolublemente unidos. El principio de exclusión puede enunciarse de este modo: si cualquiera puede decir “yo” nadie lo puede decir en lugar de él. Por lo tanto el “yo” es único para cada uno. Lo vemos en el caso de los gemelos homocigotas: no hay ninguna singularidad somática que lo diferencie, son exactamente iguales genéticamente, pero no solo son dos individuos sino dos sujetos distintos. Por más que guarden entre sí una complicidad, un código común, instituciones mutuas, ninguno de los gemelos dice “yo” en lugar del otro. Este es el principio de exclusión.


El principio de inclusión es complementario y antagónico del anterior. Puedo inscribir un “nosotros” en mi “yo”, como puedo incluir mi “yo” en un “nosotros”: de esta manera puedo introducir en mi subjetividad y mis finalidades a los míos, a mis padres, a mis hijos, a mi familia, a mi patria. Puedo incluir en mi identidad subjetiva a la que (al que) amo y consagrar mi “yo” al amor de la persona amada o de la patria común. Es evidente que existe antagonismo entre inclusión y exclusión. Están, por ejemplo, las madres que sacrifican por sus hijos y que dan su vida por salvarlos y están las que los abandonan o comen a sus hijos para salvarse. Está el patriota que va a sacrificarse por su patria y el desertor que quiere salvarse. Dicho de otro modo, Todos tenemos dentro de nosotros este doble principio que puede tomar diferentes formas, diferente distribución; en otras palabras, el sujeto oscila entre el egocentrismo absoluto y la devoción absoluta.



El principio de inclusión no es menos fundamental que los demás principios. Supone, para los humanos, la posibilidad de comunicación entre los sujetos de una misma especie, de una misma cultura, de una misma lengua, de una misma sociedad.
Además, el sujeto es poseído por un “super-yo”. Tomo como imagen la de Julian Jaynes en la Naissance de la conscience dans l´e effondrement de l´esprit bicameral. Según su teoría, los individuos de los imperios de la Antigüedad tenían dos cámaras en su mente. Una cámara era la de su subjetividad personal, sus ocupaciones, su familia, sus hijos, todo lo que les concernía en tanto individuos en la esfera de lo privado. La otra cámara estaba ocupada por el poder teocrático-político, por el rey, por el impero y, cuando el poder hablaba, el individuo-sujeto estaba poseído y obedecía las ordenes de esta segunda cámara. Y, según Jaynes, la conciencia nace en el momento en que se abre una brecha entre las dos cámaras que, entonces, puede comunicarse. Entonces el individuo sujeto puede decirse: “Pero, ¿Qué es la ciudad, qué es la política?” y, eventualmente, llegar a ser ciudadano.


Aquí hay que subrayar algo muy importante: en el “yo soy mí” ya existe una duplicidad implícita: el sujeto es en su yo potencialmente otro mientras sigue siendo el mismo. El hecho de que el sujeto lleve en él mismo la alteridad es lo que permite que pueda comunicarse con los demás. El hecho de que sea el producto unitario de una dualidad (reproducción por escisión en los seres unicelulares por encuentro de dos seres de sexo diferente en la mayoría de los seres vivos) hace que lleve en sí mismo la atracción por otro ego. La comprensión permite considerar al otro no sólo como alter ego, otro individuo sujeto, sino también como alter ego, otro yo-mismo con el cual me comunico simpatizo, comulgo. El principio de comunicación, por lo tanto está incluido en el principio de identidad y se manifiesta en el principio de inclusión.



Sigue siendo, como consecuencia del principio de exclusión, una imposibilidad de comunicar lo más subjetivo en nosotros, pero gracias al principio de inclusión y gracias al lenguaje, podemos comunicar al menos, nuestra imposibilidad de comunicarnos.



Por lo tanto, podemos afirmar que la cualidad de todo individuo sujeto no podría reducirse al egoísmo y que, por el contrario, permite la comunicación y el altruismo.



Evidentemente, el sujeto también tiene un carácter existencial porque es inseparable del individuo que vive de manera incierta, aleatoria y se encuentra, desde el nacimiento y hasta la muerte en un entorno incierto, a menudo amenazador u hostil.



Ahora si puedo referirme a la idea de Mac Lean sobre el cerebro del ser humano. Este cerebro es que tri-único. Así como en la Trinidad Divina hay tres seres en uno, distintos y el mismo, de la misma manera, nosotros tenemos un cerebro de la época de los reptiles o paleocéfalo, sede de nuestras pulsiones elementales: la agresividad, el celo sexual; un cerebro mamífero con el sistema límbico, que permite el desarrollo de la afectividad, y finalmente, tenemos el córtex y, sobre todo, el neo-córtex, que desarrolló formidablemente de cerebro del homo sapiens y que es la sede de las operaciones y la racionalidad. Tenemos, por lo tanto, estas tres instancias. Lo interesante es que no existe una jerarquía estable entre los tres: la razón no dirige los sentimientos y controlas las pulsiones. Podemos tener una permutación de jerarquías y puede ser que la agresividad utilice nuestras capacidades racionales para lograr sus fines. Existe una inestabilidad extraordinaria, una jerarquía de permutación entre las tres instancias, pero lo notables es que el “yo” está ocupado por el Dr. Jekyll, tanto por Míster Hyde. En los casos de desdoblamiento de personalidad, existen dos personas totalmente diferentes que tienen escrituras diferentes, características diferentes, que, a veces, tienen enfermedades diferentes y la persona que domina es la que dice “yo”, es decir, la que ocupa el lugar de sujeto. Y agrego que lo que llamamos nuestros cambios de humor son modificaciones de la personalidad. No solo tenemos papeles sociales diferentes, sino que estamos ocupados por personalidades diferentes a lo largo de nuestra vida. Cada uno de nosotros es una sociedad de varias personalidades. Pero existe este “yo” de la subjetividad, este especie de punto fijo que está ocupado tanto por una, tanto por la otra.



Cuando uno se detiene en la concepción clásica del “yo” (“moi”) según Freud, ese “yo” nace de la dialéctica entre “ello” pulsional que viene de las profundidades biológicas y el “superyó” que, para Freud, es la autoridad paterna, pero que puede transformarse en un “superyó” más amplio, el de la patria, la sociedad. Ese “yo” se encuentra en una dialéctica incesante con el “ello” y el “superyó”. Aquí también existe un problema de ocupación. Cuando estamos poseídos por el “superyó”, seguimos diciendo “yo”, de la misma manera que decimos “yo” cuando proseguimos fines puramente egoístas. Uno dice “yo” cuando se dedica a las operaciones intelectuales más austeras y dice “yo” cuando se dedica a los juegos eróticos más desenfrenados.



En el “yo” en tanto “yo” emerge tardíamente en la experiencia de la humanidad. Como sabemos los niños hablan de ellos, primero, en tercera persona. Podemos darle valor al menos simbólico a lo que Lacan había denominado el “estadio del espejo”, momento muy importante para la constitución de la identidad del sujeto: Objetiva un “yo” (moi) que no es otros que el “yo” (je) que mira y en este estadio se realiza el vínculo entre la imagen objetiva y el ser subjetivo. En el libro L´Homme et la mort, insisti en la fuerte presencia del “doble “ en la humanidad arcaica el doble, espectro objetivo e inmaterial del propio ser, lo acompaña sin cesar, y se lo reconoce en la sombra, en el reflejo. El doble se pasea en los sueños mientras el cuerpo esta inmóvil. Por lo tanto, este doble es una experiencia de vida cotidiana antes de ser el ghost (fantasma) que se liberará en el momento de la muerte, cuando el cuerpo se descomponga. El doble es un modo reificado de la experiencia del “yo soy yo” en el que “yo” (moi) primero toma la forma justamente, de ese gemelo real pero inmaterial. Ese doble se interiorizará; en las sociedades históricas dará lugar al nacimiento del alma que , por otra parte, con frecuencia está vinculada con el soplo vital, como en los griegos y en los hebreos. El “alma” y el “espíritu” son maneras de nombrar, de representar, la interioridad subjetiva con términos que designan una realidad objetiva específica. Podemos decir que alguien “no tiene alma” y comprendemos qué queremos decir. Por lo tanto, tenemos diferentes maneras de nombrar esta realidad subjetiva que, para nosotros, no esta estrictamente limitada al “yo” y al “mí” si no que, justamente, en esta dialéctica entre el “yo” y el “mí” toma forma de alma y de espíritu y resurge con lo que llamamos la “conciencia”.



Y, en este caso, la definición de sujeto que les propongo es totalmente diferente de la que define al sujeto por la conciencia. La conciencia, en mi concepción, es la emergencia última de la cualidad de sujeto. Es una emergencia reflexiva que permite el retorno en forma de bucle del espíritu sobre sí mismo. La conciencia es la cualidad humana última y, sin dudas, la más apreciada, ya que es última y, al mismo tiempo, es de lo mejor y de lo más frágil. Y, efectivamente, la conciencia es extremadamente frágil y, en su fragilidad, puede, con frecuencia, equivocarse.



Por supuesto que la afectividad también está estrechamente ligada a la subjetividad. La afectividad se desarrolla en los mamíferos de los que heredamos la extremada inestabilidad: los monos, por ejemplo, tiene cambios de humor muy violentos, pasan de la ira a la tranquilidad, etc. Nosotros somos herederos de la afectividad de lao mamíferos y la hemos desarrollado. Por consiguiente, la afectividad esta humanamente ligada a la idea de sujeto, pero no es la cualidad original. Sin embargo se cree- a falta de una teoría biológica del sujeto- que la subjetividad es un componente afectivo que hay que expulsar si se quiere llegar a un conocimiento correcto. Pero la subjetividad humana no se reduce ni a la afectividad ni a la conciencia.



Ahora tenemos que examinar el vínculo entre la idea de sujeto y la idea de libertad. La libertad supone, al mismo tiempo, la capacidad cerebral o intelectual para concebir y realizar elecciones y la posibilidad de llevar a cabo estas elecciones dentro del medio externo. Por supuesto que existen casos en los que unos pueden perder la libertad externa, estar en una prisión, pero mantener su libertad intelectual.



El sujeto puede eventualmente, disponer de libertad y ejercer libertades, pero hay toda una parte del sujeto que es, no solo dependiente, si no que esta esclavizada. Y, además, no sabemos realmente cuando somos libres.



Entonces, habría un primer principio de incertidumbre que sería el siguiente: yo hablo, pero cuando hablo, ¿Quién habla? ¿soy “yo” quien habla realmente? ¿ A través de mi “yo”, hay un “nosotros” que habla (la colectividad calidad, el grupo, la patria, el partido al que pertenezco)?, ¿hay un “se” que habla (la colectividad fría, la organización social, la organización cultural que me dicta mi pensamiento sin que yo lo sepa, a través de sus paradigmas, sus principios de control del discurso que soporto inconscientemente)? , o ¿un “eso”, una maquinaría anónima infrapersonal, habla dándome la ilusión de que soy yo mismo quien habla? No sabemos hasta qué punto “yo” hablo, hasta qué punto “yo” hago un discurso personal y autónomo o hasta que punto, bajo la apariencia de que yo creo ser personal y autónomo, no hago otra cosa que repetir ideas impresas en mí.



Contrariamente a los dos dogmas que se oponen, uno para el cual el sujeto no es nada, otro para el cual el sujeto es todo, el sujeto oscila entre el todo y la nada. Soy todo para mí, no soy nada para el Universo. El principio de egocentrismo es el principio por el cual yo soy todo, pero dado que el mundo se va a desintegrar cuando me muera, a causa de esta misma mortalidad, no soy nada. El “yo” es un privilegio inusitado y, al mismo tiempo lo más banal, porque todo el mundo puede decir “yo”. De la misma manera, existe oscilación del sujeto entre el egoísmo y el altruismo. En el egoísmo yo soy todo y los otros no son nada pero en el altruismo me doy, me consagro, soy totalmente secundario para aquellos a los que me entrego. El individuo sujeto rechaza la muerte que lo engloba pero, sin embargo, es capaz de ofrecer su vida por sus ideas, por la patria o por la humanidad. Esta es la complejidad de la noción de sujeto.


Una gran parte, la parte más importante, la más rica, la más ardiente de la vida social, se origina en las relaciones intersubjetivas. Incluso hay que decir que el carácter intersubjetivo de las interacciones dentro de la sociedad, que teje la vida misma de esta sociedad, es capital. Para conocer lo humano, individual, inter-indi-vidual y social, hay que vincular explicación y compresión. El sociólogo no es puro espíritu objetivo, forma parte del tejido intersubjetivo, al mismo tiempo, hay que reconocer que todo sujeto es potencialmente, no solo actor sino autor, capaz de cognición/elecciones/decisiones. La sociedad no está entregada solamente, ni principalmente, a determinismos materiales, es un juego de enfrentamiento/cooperación entre individuos sujetos, entre “nosotros” y “yos”.


En conclusión, el sujeto no es una esencia, no es una sustancia, si no una ilusión creo que el reconocimiento del sujeto precisa de una reorganización conceptual que rompa con el principio determinista clásico tal como se le utiliza todavía en las ciencias humanas y, especialmente, en las sociológicas. Es evidente que en el marco de una psicología conductista es imposible concebir un sujeto. Por lo tanto, es necesaria una reconstrucción, son necesarias la nociones de autonomía/dependencia, la noción de individualidad, la noción de auto-producción, la concepción de un bucle recursivo en la que somos al mismo tiempo, el producto y el productor. También tenemos que asociar las nociones antagónicas como el principio de inclusión y el principio de exclusión. Tenemos que concebir al sujeto como lo que le proporciona unidad e invariancia a una pluralidad de personajes, de caracteres, de potencialidades. Y por esto si estamos bajo el paradigma científico que prevalece en el mundo científico, el sujeto es invisible y se niega su existencia. A la inversa, en el mundo filosófico, el sujeto se vuelve trascendental, escapa a la experiencia, pertenece al puro espíritu y no podemos concebir al sujeto en sus dependencias, en sus debilidades, en sus incertidumbres. Es uno y en otro caso no podemos pensar sus ambivalencias, sus contradicciones, su simultáneo carácter central e insuficiente, su sentido y su insignificancia, su carácter de todo y de nada a la vez. Necesitamos por lo tanto, una concepción compleja del sujeto.


martes, 3 de agosto de 2010

El principe feliz


En la parte más alta de la ciudad, sobre una columnita, se alzaba la estatua del Príncipe Feliz.Estaba toda revestida de madreselva de oro fino.
Tenía, a guisa de ojos, dos centelleantes zafiros y un gran rubí rojo ardía en el puño de su espada.Por todo lo cual era muy admirada.
-Es tan hermoso como una veleta -observó uno de los miembros del Concejo que deseaba granjearse una reputación de conocedor en el arte-.
Ahora, que no es tan útil -añadió, temiendo que le tomaran por un hombre poco práctico.Y realmente no lo era.
-¿Por qué no eres como el Príncipe Feliz? -preguntaba una madre cariñosa a su hijito, que pedía la luna-. El Príncipe Feliz no hubiera pensado nunca en pedir nada a voz en grito.
-Me hace dichoso ver que hay en el mundo alguien que es completamente feliz -murmuraba un hombre fracasado, contemplando la estatua maravillosa.-Verdaderamente parece un ángel -decían los niños hospicianos al salir de la catedral, vestidos con sus soberbias capas escarlatas y sus bonitas chaquetas blancas.
-¿En qué lo conocéis -replicaba el profesor de matemáticas- si no habéis visto uno nunca?
-¡Oh! Los hemos visto en sueños -respondieron los niños.
Y el profesor de matemáticas fruncía las cejas, adoptando un severo aspecto, porque no podía aprobar que unos niños se permitiesen soñar.
Una noche voló una golondrinita sin descanso hacia la ciudad.Seis semanas antes habían partido sus amigas para Egipto; pero ella se quedó atrás.
Estaba enamorada del más hermoso de los juncos. Lo encontró al comienzo de la primavera, cuando volaba sobre el río persiguiendo a una gran mariposa amarilla, y su talle esbelto la atrajo de tal modo, que se detuvo para hablarle.
-¿Quieres que te ame? -dijo la Golondrina, que no se andaba nunca con rodeos.
Y el Junco le hizo un profundo saludo.Entonces la Golondrina revoloteó a su alrededor rozando el agua con sus alas y trazando estelas de plata.Era su manera de hacer la corte.
Y así transcurrió todo el verano.
-Es un enamoramiento ridículo -gorjeaban las otras golondrinas-.
Ese Junco es un pobretón y tiene realmente demasiada familia.
Y en efecto, el río estaba todo cubierto de juncos.Cuando llegó el otoño, todas las golondrinas emprendieron el vuelo.
Una vez que se fueron sus amigas, sintióse muy sola y empezó a cansarse de su amante.-No sabe hablar -decía ella-.
Y además temo que sea inconstante porque coquetea sin cesar con la brisa.
Y realmente, cuantas veces soplaba la brisa, el Junco multiplicaba sus más graciosas reverencias.-Veo que es muy casero -murmuraba la Golondrina-.
A mí me gustan los viajes. Por lo tanto, al que me ame, le debe gustar viajar conmigo.
-¿Quieres seguirme? -preguntó por último la Golondrina al Junco.Pero el Junco movió la cabeza. Estaba demasiado atado a su hogar.
-¡Te has burlado de mí! -le gritó la Golondrina-.
Me marcho a las Pirámides. ¡Adiós!Y la Golondrina se fue.
Voló durante todo el día y al caer la noche llegó a la ciudad.
-¿Dónde buscaré un abrigo? -se dijo-. Supongo que la ciudad habrá hecho preparativos para recibirme.Entonces divisó la estatua sobre la columnita.
-Voy a cobijarme allí -gritó- El sitio es bonito. Hay mucho aire fresco.
Y se dejó caer precisamente entre los pies del Príncipe Feliz.-Tengo una habitación dorada -se dijo quedamente, después de mirar en torno suyo.
Y se dispuso a dormir.
Pero al ir a colocar su cabeza bajo el ala, he aquí que le cayó encima una pesada gota de agua.-¡Qué curioso! -exclamó-.
No hay una sola nube en el cielo, las estrellas están claras y brillantes, ¡y sin embargo llueve! El clima del norte de Europa es verdaderamente extraño.
Al Junco le gustaba la lluvia; pero en él era puro egoísmo.Entonces cayó una nueva gota.
-¿Para qué sirve una estatua si no resguarda de la lluvia? -dijo la Golondrina-.
Voy a buscar un buen copete de chimenea.Y se dispuso a volar más lejos. Pero antes de que abriese las alas, cayó una tercera gota.
La Golondrina miró hacia arriba y vio... ¡Ah, lo que vio!Los ojos del Príncipe Feliz estaban arrasados de lágrimas, que corrían sobre sus mejillas de oro.
Su faz era tan bella a la luz de la luna, que la Golondrinita sintióse llena de piedad.-¿Quién sois? -dijo.-Soy el Príncipe Feliz.-Entonces, ¿por qué lloriqueáis de ese modo? -preguntó la Golondrina-. Me habéis empapado casi.
-Cuando estaba yo vivo y tenía un corazón de hombre -repitió la estatua-, no sabía lo que eran las lágrimas porque vivía en el Palacio de la Despreocupación, en el que no se permite la entrada al dolor. Durante el día jugaba con mis compañeros en el jardín y por la noche bailaba en el gran salón. Alrededor del jardín se alzaba una muralla altísima, pero nunca me preocupó lo que había detrás de ella, pues todo cuanto me rodeaba era hermosísimo. Mis cortesanos me llamaban el Príncipe Feliz y, realmente, era yo feliz, si es que el placer es la felicidad. Así viví y así morí y ahora que estoy muerto me han elevado tanto, que puedo ver todas las fealdades y todas las miserias de mi ciudad, y aunque mi corazón sea de plomo, no me queda más recurso que llorar.
«¡Cómo! ¿No es de oro de buena ley?», pensó la Golondrina para sus adentros, pues estaba demasiado bien educada para hacer ninguna observación en voz alta sobre las personas.
-Allí abajo -continuó la estatua con su voz baja y musical-, allí abajo, en una callejuela, hay una pobre vivienda. Una de sus ventanas está abierta y por ella puedo ver a una mujer sentada ante una mesa. Su rostro está enflaquecido y ajado. Tiene las manos hinchadas y enrojecidas, llenas de pinchazos de la aguja, porque es costurera. Borda pasionarias sobre un vestido de raso que debe lucir, en el próximo baile de corte, la más bella de las damas de honor de la Reina. Sobre un lecho, en el rincón del cuarto, yace su hijito enfermo. Tiene fiebre y pide naranjas. Su madre no puede darle más que agua del río. Por eso llora. Golondrina, Golondrinita, ¿no quieres llevarle el rubí del puño de mi espada? Mis pies están sujetos al pedestal, y no me puedo mover.
-Me esperan en Egipto -respondió la Golondrina-. Mis amigas revolotean de aquí para allá sobre el Nilo y charlan con los grandes lotos. Pronto irán a dormir al sepulcro del Gran Rey. El mismo Rey está allí en su caja de madera, envuelto en una tela amarilla y embalsamado con sustancias aromáticas. Tiene una cadena de jade verde pálido alrededor del cuello y sus manos son como unas hojas secas.-Golondrina, Golondrina, Golondrinita - dijo el Príncipe-, ¿no te quedarás conmigo una noche y serás mi mensajera? ¡Tiene tanta sed el niño y tanta tristeza la madre!
-No creo que me agraden los niños -contestó la Golondrina-.
El invierno último, cuando vivía yo a orillas del río, dos muchachos mal educados, los hijos del molinero, no paraban un momento en tirarme piedras. Claro es que no me alcanzaban.
Nosotras las golondrinas volamos demasiado bien para eso y además yo pertenezco a una familia célebre por su agilidad; mas, a pesar de todo, era una falta de respeto.Pero la mirada del Príncipe Feliz era tan triste que la Golondrinita se quedó apenada.
-Mucho frío hace aquí -le dijo-; pero me quedaré una noche con vos y seré vuestra mensajera.
-Gracias, Golondrinita -respondió el Príncipe.
Entonces la Golondrinita arrancó el gran rubí de la espada del Príncipe y, llevándolo en el pico, voló sobre los tejados de la ciudad.Pasó sobre la torre de la catedral, donde había unos ángeles esculpidos en mármol blanco.Pasó sobre el palacio real y oyó la música de baile.Una bella muchacha apareció en el balcón con su novio.
-¡Qué hermosas son las estrellas -la dijo- y qué poderosa es la fuerza del amor!-Querría que mi vestido estuviese acabado para el baile oficial -respondió ella-. He mandado bordar en él unas pasionarias ¡pero son tan perezosas las costureras!Pasó sobre el río y vio los fanales colgados en los mástiles de los barcos. Pasó sobre el gueto y vio a los judíos viejos negociando entre ellos y pesando monedas en balanzas de cobre.Al fin llegó a la pobre vivienda y echó un vistazo dentro. El niño se agitaba febrilmente en su camita y su madre habíase quedado dormida de cansancio.
La Golondrina saltó a la habitación y puso el gran rubí en la mesa, sobre el dedal de la costurera. Luego revoloteó suavemente alrededor del lecho, abanicando con sus alas la cara del niño.
-¡Qué fresco más dulce siento! -murmuró el niño-.Debo estar mejor.Y cayó en un delicioso sueño.Entonces la Golondrina se dirigió a todo vuelo hacia el Príncipe Feliz y le contó lo que había hecho.
-Es curioso -observa ella-, pero ahora casi siento calor, y sin embargo, hace mucho frío.Y la Golondrinita empezó a reflexionar y entonces se durmió. Cuantas veces reflexionaba se dormía.Al despuntar el alba voló hacia el río y tomó un baño.
-¡Notable fenómeno! -exclamó el profesor de ornitología que pasaba por el puente-. ¡Una golondrina en invierno!Y escribió sobre aquel tema una larga carta a un periódico local.Todo el mundo la citó. ¡Estaba plagada de palabras que no se podían comprender!...-Esta noche parto para Egipto -se decía la Golondrina.
Y sólo de pensarlo se ponía muy alegre.Visitó todos los monumentos públicos y descansó un gran rato sobre la punta del campanario de la iglesia.Por todas parte adonde iba piaban los gorriones, diciéndose unos a otros:
-¡Qué extranjera más distinguida!Y esto la llenaba de gozo. Al salir la luna volvió a todo vuelo hacia el Príncipe Feliz.-¿Tenéis algún encargo para Egipto? -le gritó-. Voy a emprender la marcha.-Golondrina, Golondrina, Golondrinita -dijo el Príncipe-, ¿no te quedarás otra noche conmigo?
-Me esperan en Egipto -respondió la Golondrina-. Mañana mis amigas volarán hacia la segunda catarata. Allí el hipopótamo se acuesta entre los juncos y el dios Memnón se alza sobre un gran trono de granito. Acecha a las estrellas durante la noche y cuando brilla Venus, lanza un grito de alegría y luego calla. A mediodía, los rojizos leones bajan a beber a la orilla del río. Sus ojos son verdes aguamarinas y sus rugidos más atronadores que los rugidos de la catarata.
-Golondrina, Golondrina, Golondrinita -dijo el Príncipe-, allá abajo, al otro lado de la ciudad, veo a un joven en una buhardilla. Está inclinado sobre una mesa cubierta de papeles y en un vaso a su lado hay un ramo de violetas marchitas. Su pelo es negro y rizoso y sus labios rojos como granos de granada. Tiene unos grandes ojos soñadores. Se esfuerza en terminar una obra para el director del teatro, pero siente demasiado frío para escribir más. No hay fuego ninguno en el aposento y el hambre le ha rendido.
-Me quedaré otra noche con vos -dijo la Golondrina, que tenía realmente buen corazón-. ¿Debo llevarle otro rubí?
-¡Ay! No tengo más rubíes -dijo el Príncipe-. Mis ojos es lo único que me queda. Son unos zafiros extraordinarios traídos de la India hace un millar de años. Arranca uno de ellos y llévaselo. Lo venderá a un joyero, se comprará alimento y combustible y concluirá su obra.-Amado Príncipe -dijo la Golondrina-, no puedo hacer eso.
Y se puso a llorar.-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -dijo el Príncipe-. Haz lo que te pido.
Entonces la Golondrina arrancó el ojo del Príncipe y voló hacia la buhardilla del estudiante. Era fácil penetrar en ella porque había un agujero en el techo. La Golondrina entró por él como una flecha y se encontró en la habitación.
El joven tenía la cabeza hundida en las manos. No oyó el aleteo del pájaro y cuando levantó la cabeza, vio el hermoso zafiro colocado sobre las violetas marchitas.-Empiezo a ser estimado -exclamó-. Esto proviene de algún rico admirador. Ahora ya puedo terminar la obra.Y parecía completamente feliz.Al día siguiente la Golondrina voló hacia el puerto.
Descansó sobre el mástil de un gran navío y contempló a los marineros que sacaban enormes cajas de la cala tirando de unos cabos.-¡Ah, iza! -gritaban a cada caja que llegaba al puente.
-¡Me voy a Egipto! -les gritó la Golondrina.Pero nadie le hizo caso, y al salir la luna, volvió hacia el Príncipe Feliz.-He venido para deciros adiós -le dijo.-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -exclamó el Príncipe-. ¿No te quedarás conmigo una noche más?
-Es invierno -replicó la Golondrina- y pronto estará aquí la nieve glacial. En Egipto calienta el sol sobre las palmeras verdes. Los cocodrilos, acostados en el barro, miran perezosamente a los árboles, a orillas del río. Mis compañeras construyen nidos en el templo de Baalbeck. Las palomas rosadas y blancas las siguen con los ojos y se arrullan. Amado Príncipe, tengo que dejaros, pero no os olvidaré nunca y la primavera próxima os traeré de allá dos bellas piedras preciosas con que sustituir las que disteis. El rubí será más rojo que una rosa roja y el zafiro será tan azul como el océano.
-Allá abajo, en la plazoleta -contestó el Príncipe Feliz-, tiene su puesto una niña vendedora de cerillas. Se le han caído las cerillas al arroyo, estropeándose todas. Su padre le pegará si no lleva algún dinero a casa, y está llorando. No tiene ni medias ni zapatos y lleva la cabecita al descubierto. Arráncame el otro ojo, dáselo y su padre no le pegará.
-Pasaré otra noche con vos -dijo la Golondrina-, pero no puedo arrancaros el ojo porque entonces os quedaríais ciego del todo.
-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -dijo el Príncipe-. Haz lo que te mando.
Entonces la Golondrina volvió de nuevo hacia el Príncipe y emprendió el vuelo llevándoselo.Se posó sobre el hombro de la vendedorcita de cerillas y deslizó la joya en la palma de su mano.
-¡Qué bonito pedazo de cristal! -exclamó la niña, y corrió a su casa muy alegre.
Entonces la Golondrina volvió de nuevo hacia el Príncipe.- Ahora estáis ciego. Por eso me quedaré con vos para siempre.
-No, Golondrinita -dijo el pobre Príncipe-. Tienes que ir a Egipto.
-Me quedaré con vos para siempre -dijo la Golondrina.
Y se durmió entre los pies del Príncipe. Al día siguiente se colocó sobre el hombro del Príncipe y le refirió lo que habla visto en países extraños.
Le habló de los ibis rojos que se sitúan en largas filas a orillas del Nilo y pescan a picotazos peces de oro; de la esfinge, que es tan vieja como el mundo, vive en el desierto y lo sabe todo; de los mercaderes que caminan lentamente junto a sus camellos, pasando las cuentas de unos rosarios de ámbar en sus manos; del rey de las montañas de la Luna, que es negro como el ébano y que adora un gran bloque de cristal; de la gran serpiente verde que duerme en una palmera y a la cual están encargados de alimentar con pastelitos de miel veinte sacerdotes; y de los pigmeos que navegan por un gran lago sobre anchas hojas aplastadas y están siempre en guerra con las mariposas.
-Querida Golondrinita -dijo el Príncipe-, me cuentas cosas maravillosas, pero más maravilloso aún es lo que soportan los hombres y las mujeres. No hay misterio más grande que la miseria.
Vuela por mi ciudad, Golondrinita, y dime lo que veas.
Entonces la Golondrinita voló por la gran ciudad y vio a los ricos que se festejaban en sus magníficos palacios, mientras los mendigos estaban sentados a sus puertas.Voló por los barrios sombríos y vio las pálidas caras de los niños que se morían de hambre, mirando con apatía las calles negras.Bajo los arcos de un puente estaban acostados dos niñitos abrazados uno a otro para calentarse.-¡Qué hambre tenemos! -decían.
-¡No se puede estar tumbado aquí! -les gritó un guardia.Y se alejaron bajo la lluvia.Entonces la Golondrina reanudó su vuelo y fue a contar al Príncipe lo que había visto.
-Estoy cubierto de oro fino -dijo el Príncipe-; despréndelo hoja por hoja y dáselo a mis pobres. Los hombres creen siempre que el oro puede hacerlos felices.Hoja por hoja arrancó la Golondrina el oro fino hasta que el Príncipe Feliz se quedó sin brillo ni belleza.
Hoja por hoja lo distribuyó entre los pobres, y las caritas de los niños se tornaron nuevamente sonrosadas y rieron y jugaron por la calle.
-¡Ya tenemos pan! -gritaban.Entonces llegó la nieve y después de la nieve el hielo.
Las calles parecían empedradas de plata por lo que brillaban y relucían.Largos carámbanos, semejantes a puñales de cristal, pendían de los tejados de las casas. Todo el mundo se cubría de pieles y los niños llevaban gorritos rojos y patinaban sobre el hielo.
La pobre Golondrina tenía frío, cada vez más frío, pero no quería abandonar al Príncipe: le amaba demasiado para hacerlo.
Picoteaba las migas a la puerta del panadero cuando éste no la veía, e intentaba calentarse batiendo las alas.
Pero, al fin, sintió que iba a morir. No tuvo fuerzas más que para volar una vez más sobre el hombro del Príncipe.-¡Adiós, amado Príncipe! -murmuró-. Permitid que os bese la mano.-Me da mucha alegría que partas por fin para Egipto, Golondrina -dijo el Príncipe-. Has permanecido aquí demasiado tiempo. Pero tienes que besarme en los labios porque te amo.
-No es a Egipto adonde voy a ir -dijo la Golondrina-. Voy a ir a la morada de la Muerte. La Muerte es hermana del Sueño, ¿verdad?Y besando al Príncipe Feliz en los labios, cayó muerta a sus pies.
En el mismo instante sonó un extraño crujido en el interior de la estatua, como si se hubiera roto algo.El hecho es que la coraza de plomo se habla partido en dos. Realmente hacia un frío terrible.
A la mañana siguiente, muy temprano, el alcalde se paseaba por la plazoleta con dos concejales de la ciudad.Al pasar junto al pedestal, levantó sus ojos hacia la estatua.
-¡Dios mío! -exclamó-. ¡Qué andrajoso parece el Príncipe Feliz!-¡Sí, está verdaderamente andrajoso! -dijeron los concejales de la ciudad, que eran siempre de la opinión del alcalde.
Y levantaron ellos mismos la cabeza para mirar la estatua.-El rubí de su espada se ha caído y ya no tiene ojos, ni es dorado -dijo el alcalde- En resumidas cuentas, que está lo mismo que un pordiosero.-¡Lo mismo que un pordiosero! -repitieron a coro los concejales.
-Y tiene a sus pies un pájaro muerto -prosiguió el alcalde-. Realmente habrá que promulgar un bando prohibiendo a los pájaros que mueran aquí.
Y el secretario del Ayuntamiento tomó nota para aquella idea.Entonces fue derribada la estatua del Príncipe Feliz.-¡Al no ser ya bello, de nada sirve! -dijo el profesor de estética de la Universidad.
Entonces fundieron la estatua en un horno y el alcalde reunió al Concejo en sesión para decidir lo que debía hacerse con el metal.-Podríamos -propuso- hacer otra estatua. La mía, por ejemplo.-O la mía -dijo cada uno de los concejales.Y acabaron disputando.-¡Qué cosa más rara! -dijo el oficial primero de la fundición-. Este corazón de plomo no quiere fundirse en el horno; habrá que tirarlo como desecho.
Los fundidores lo arrojaron al montón de basura en que yacía la golondrina muerta.
-Tráeme las dos cosas más preciosas de la ciudad -dijo Dios a uno de sus ángeles.
Y el ángel se llevó el corazón de plomo y el pájaro muerto.-Has elegido bien -dijo Dios-. En mi jardín del Paraíso este pajarillo cantará eternamente, y en mi ciudad de oro el Príncipe Feliz repetirá mis alabanzas.
cuento de Oscar Wilde escrito en 1888

viernes, 25 de diciembre de 2009

Cien años de soledad.

Fragmento de la novela de Gabo, segunda obra magistral de la literatura castellana, despues de Don Quijote de la Mancha; para quien la esté leyendo, una imagen con el árbol genealógico de la familia como referencia y gran ayuda.

-Desde la tarde del primer amor, Aureliano y Amaranta Úrsula habían seguido aprovechando los escasos descuidos del esposo, amándose con ardores amordazados en encuentros azarosos y casi siempre interrumpidos por regresos imprevistos. Pero cuando se vieron solos en la casa, sucumbieron en el delirio de los amores atrasados. Era una pasión insensata, desquiciante, que hacía temblar de pavor en su tumba a los huesos de Fernanda, y los mantenía en un estado de exaltación perpetua. Los chillidos de Amaranta Úrsula, sus canciones agónicas, estallaban lo mismo a las dos de la tarde en la mesa del comedor, que a la dos de la madrugada en el granero. “Lo que más me duele –reía- es tanto tiempo que perdimos”. En el aturdimiento de la pasión, vio las hormigas devastando el jardín, saciando su hambre prehistórica en las maderas de la casa, y vio el torrente de lava viva apoderándose otra vez del corredor, pero solamente se preocupó de combatirlo cuando lo encontró en su dormitorio. Aureliano abandonó los pergaminos, no volvió a salir de casa, y contestaba de cualquier modo las catas del sabio catalán. Perdiendo el sentido de la realidad, la noción del tiempo, el ritmo de los hábitos cotidianos. Volvieron a cerrar puertas y ventanas para no demorarse en trámites de desnudamientos, y andaban por la casa como siempre quiso estar Remedios, la bella, y se revolcaban en cueros en los barrizales del patio, y una tarde estuvieron a punto de ahogarse cuando se amaban en la alberca. En poco tiempo hicieron más estragos que, las hormigas coloradas: Destrozaron los muebles de la sala, rasgaron con sus locuras la hamaca que había resistido a los tristes amores de campamento del coronel Aureliano Buendía, y destriparon los colchones y los vaciaron en los pisos para sofocarse en tempestades de algodón. Aunque Aureliano eran un amante tan feroz como su rival, era Amaranta Úrsula quien comandaba con su ingenio disparatado y su voracidad lírica aquel paraíso de desastres, como si hubiera concentrado en el amor la indómita energía que la tatarabuela consagró a la fabricación de animalitos de caramelo. Además mientras ella cantaba de placer y se moría de risa de sus propias invenciones, Aureliano se iba haciendo más absorto y callado, porque su pasión ensimismada y calcinante. Sin embargo, ambos llegaron tales extremos de virtuosismo, que cuando se agotaban en la exaltación le sacaban mejor partido al cansancio. Se entregaron a la idolatría de sus cuerpos, al descubrir que los tedios del amor tenían posibilidades inexploradas, mucho más ricas que las del deseo. Mientras él amasaba con claras de huevo los senos eréctiles de Amaranta Úrsula, o suavizaba con manteca de coco sus muslos elásticos y su vientre aduraznado, ella jugaba a las muñecas con la portentosa criatura de Aureliano, y le pintaba ojos de payaso con carmín de labios y bigotes de turco con carboncillo de cejas, y le ponía corbatines de organza y sombreritos de papel plateado. Una noche se embadurnaron de pies a cabeza con melocotones en almíbar, se lamieron como perros y se amaron como locos en el piso del corredor, y fueron despertados por un torrente de hormigas carniceras que se disponían a devorarlos vivos.-